La maternidad a temprana edad, un riesgo que impacta en el tejido social

Tener un hijo a temprana edad conlleva altos riesgos sanitarios y sociales. Al poner trabas a las posibilidades de progreso individual de las madres aumenta las probabilidades de la dependencia del asistencialismo estatal y del sostenimiento económico del varón.

Prevenir la maternidad temprana es una manera de promover oportunidades de desarrollo personal entre las mujeres pobres y, por esa vía, combatir la violencia de género. Un punto clave es un diseño más inteligente de la Asignación Universal por Hijo.

En la Provincia de Santa Fe una adolescente fue asesinada por su novio porque habría estado embarazada. La conmoción que produce este acto de violencia de género se potencia porque se combina con la maternidad adolescente. El embarazo a temprana edad es propio de la práctica sexual sin educación ni información apropiadas sobre cómo disfrutar el sexo de manera plena y responsable, recurriendo a medidas de seguridad para evitar una concepción no deseada.


Más allá de que se trata de decisiones estrictamente circunscriptas al ámbito privado, su presencia puede constituir una señal de alerta sobre las fallas en las políticas públicas. Es un tema que merece especial atención porque como consecuencia de un embarazo a edad temprana se desencadena una serie de circunstancias que inciden decisivamente en el presente y el futuro de la madre y su hijo.

¿Cuán frecuente es la maternidad adolescente en la Argentina? Según información publicada por el Ministerio de Salud de la Nación, la natalidad entre mujeres menores de 20 años de edad muestra la siguiente tendencia en los últimos años:

En el año 2001 se registraron 100.082 nacimientos de madres menores de 20 años de edad, lo que implica un 14,6% del total de nacimientos del país.

En el año 2010 ascendieron a 117.591 representando el 15,6% del total.

En el año 2013, los nacimientos de madres menores de 20 años fueron 117.386 lo que sigue representando el 15,6% del total de nacimiento del país.

Estos datos oficiales muestran que la proporción de la maternidad adolescente se ha incrementado en la Argentina en la primera década del siglo y se mantiene en el mismo nivel desde el año 2010 hasta la actualidad. Que más de 100 mil adolescentes sean madres todos los años lleva a que prácticamente 1 de cada 6 nacimientos corresponda a una joven de menos de 20 años de edad. Los efectos del fenómeno son peores ya que estos registros alcanzan a los nacimientos ocurridos y no al total de embarazos adolescentes que, con seguridad, es mayor debido a abortos espontáneos o causados.

Nacimientos a tan temprana edad de las madres tienen altos riesgos sanitarios. Las evidencias internacionales y nacionales, referenciadas incluso por el Ministerio de Salud de la Nación, señalan que los nacimientos por debajo de los 20 años de edad tienen asociados altos riesgos de daño o muerte para el niño. Por esto, desde el punto de vista sanitario, se recomienda enfáticamente realizar campañas de educación sexual.

Más contundentes aún son las evidencias sobre su impacto negativo desde el punto de vista social. Casi la totalidad de la maternidad adolescente se produce en hogares de bajos ingresos. El nacimiento de un hijo en estas condiciones hace que más de la mitad de las madres abandonen la escuela y tres cuartos de ellas no termine la secundaria. Esto, además de operar como una pesada carga para el niño que deberá enfrentar los desafíos de la vida en condiciones familiares adversas, incide negativamente sobre las posibilidades de progreso laboral y autonomía económica de la madre. Es decir, se crean condiciones para la dependencia y el sometimiento de las mujeres.

Es muy positivo que la sociedad se movilice en repudio a la violencia de género. Para que esto no quede sólo en una expresión de deseos hay que profundizar el análisis del problema y definir estrategias de políticas públicas. En esta lógica es fácil identificar que un factor que contribuye a promover un rol pasivo y dependiente en las mujeres es la natalidad temprana. Por eso, en lugar de exagerar posturas “políticamente correctas” en favor de los programas asistenciales, en especial la Asignación Universal por Hijo, deberían ser motivos de reflexión sus deficiencias de diseño y gestión. No hay evidencias de que el asistencialismo incentive la maternidad temprana, pero sin dudas no la evita y promueve la inactividad laboral de la mujer cercenando sus posibilidades de progreso individual. Esto aumenta la dependencia femenina respecto del varón, generando el terreno fértil para la violencia de género.


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