Causas y tipos de mentiras infantiles


La mentira en los niños, en cuanto expresión contraria a lo que se sabe, cree o piensa, puede orientarse a metas diversas - Por Valentín Martínez-Otero. Profesor y doctor en Psicología y en Pedagogía

Pueden mentir por miedo a que los castiguen, para proteger a un amigo, porque se avergüenzan de algo.… Básicamente, los niños mienten por las mismas razones que los adultos. Aunque no hay que ser condescendiente con ninguna de sus variedades, no todas las mentiras tienen la misma gravedad. Su frecuencia y el fin que persiguen es lo que marca la diferencia.

Mentiras infantiles: aprendices de Pinocho

A Pinocho, uno de los más famosos personajes de la literatura infantil, le crecía la nariz cuando mentía. Incluso se ha hablado de «efecto Pinocho» para designar una ligera reacción fisiológica en el tejido nasal tras mentir. El picor y la hinchazón de la nariz, apenas perceptibles, se asocian al nerviosismo que produce la incómoda situación. Así pues, tal vez quede justificado el argumento esgrimido por muchos padres y madres a sus hijos de que, si no dejan de mentir, les crecerá la nariz. Al margen de este razonamiento, poco convincente para niños incrédulos, la psicología se apresta a conocer las causas y tipos de mentiras infantiles, así como las vías familiares impulsoras de sinceridad.


¿Mentirosos precoces?

La mentira en los niños, en cuanto expresión contraria a lo que se sabe, cree o piensa, puede orientarse a metas diversas: evitar una sanción, alejar la vergüenza derivada de una situación desagradable, llamar la atención, presumir, obtener un beneficio, mantener la intimidad, sentirse fuerte, dañar a alguien, proteger a otras personas, etc. En general, los motivos que conducen a los niños a mentir son los mismos que encontramos en los adultos. Cuando los niños mienten de manera habitual, no es extraño que, si se escarba un poco, se descubran frustraciones, conflictos, situaciones nocivas, etc. Las observaciones cotidianas y los estudios científicos sugieren que se puede mentir en una edad temprana. En torno a los cuatro años los niños están en condiciones de mentir deliberadamente. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que no siempre es tarea sencilla deslindar la mentira de lo que no lo es, y, de hecho, persiste la duda razonable sobre si algunos supuestos embustes no son en realidad fantasías infantiles o pseudomentiras. Es casi seguro que lo que a veces denominamos mentira es mera fantasía y viceversa. Entre los tres y los seis años aproximadamente los niños disfrutan con el libre vuelo de su imaginación, que les permite «modificar» la realidad con arreglo a sus deseos. Los relatos fantásticos repletos de hechos imposibles o los que toman como protagonistas a seres imaginarios constituyen nítidos ejemplos de esta actividad «transformadora» infantil que bien canalizada activa el desarrollo.

¿Exagerados o frustrados?

Aunque ha quedado admitido que pueden aparecer con anterioridad, es a partir de los seis o siete años cuando se presentan con más frecuencia las mentiras propiamente dichas. Con ellas se pretende sobre todo obtener algún beneficio o evitar algún perjuicio. Hay un amplio catálogo de mentiras, cuyas modalidades a menudo se entrecruzan. Es el caso de las mentiras de compensación y las mentiras de exageración. Las primeras pueden basarse en una limitación subjetiva o real y tienen por objeto aproximar al niño a lo que le gustaría ser «yo ideal». Las segundas llevan al encarecimiento de algo, que naturalmente puede ser algún aspecto adscrito a la propia realidad infantil: los resultados escolares, una marca deportiva, una conducta, etc. El alumno que, sin ser cierto, alardea de las excelentes calificaciones obtenidas, además de exagerar, probablemente compense su frustración escolar.

¿Razones para la alarma?

No todas las mentiras tienen la misma entidad. Aunque, en general, no hay que mostrarse complacidos con ninguna mentira, las que reclaman especial atención son las mentiras frecuentes y las graves. Las mentiras constantes, ya obedezcan a una «propensión», ya a un ambiente inapropiado, si no se erradican, tienden a configurar un hábito negativo. Por su parte, las mentiras «gordas» destinadas a conseguir favores o a evitar obligaciones, sin que se repare en el daño generado a uno mismo o a los demás, pueden situarnos ante un patrón de conducta antisocial. El dato compartido por ambos tipos de mentiras, mucho más grave cuando se fusionan, es el de una personalidad que se adentra por un terreno escabroso del que resulta difícil salir. La instalación en la mentira es indicador de desarrollo anómalo que estrecha el horizonte personal y ensombrece las relaciones. La mendacidad rebaja la calidad del trato interhumano y priva al que engaña y al engañado de interacción profunda.

Los casos más preocupantes

El fracaso comunicativo y la regularidad de las mentiras nos llevan hasta las denominadas «patológicas», que, según los casos, reflejan conflictos, carencias afectivas, trastornos psicológicos, etc. La modalidad más grave es la «pseudología fantástica», un tipo de invenciones enmarañadas con las que se pretende conquistar el aprecio de los demás. El niño o púber se convierte en un actor que mediante la interpretación de sus relatos, enriquecidos con gestos y detalles, reemplaza una realidad que le disgusta por otra que le resulta seductora y le reporta estimación. En la medida en que el autor de estos «engaños» se los crea, dejan de ser verdaderas mentiras. Igualmente preocupante es la mentira inserta en un patrón de comportamiento que viola los derechos ajenos o las normas sociales, y que se pone al servicio de la obtención de ventajas o de la evitación de responsabilidades. Cabe citar, por ejemplo, la falsificación de documentos (boletín de notas, carnés, etc.), los fraudes, las suplantaciones, etc.

Compromiso de la familia

Por su parte, la «mentira defensiva» es sobre todo una reacción ante alguna situación aflictiva o amenazante. A veces el sufrimiento o el miedo empujan al niño hacia la mentira. Un ejemplo es el del alumno que no ha hecho los deberes escolares y ante el temor a ser castigado por un maestro rígido finge estar enfermo para ausentarse de clase. Hay que evitar que este tipo de mentiras se conviertan en «recursos protectores» habituales del niño. Una personalidad endeble e insegura puede hallar en estas reacciones una salida fácil ante las dificultades. Más allá del impacto que las mentiras tienen en los demás, algunas de las consecuencias anímicas que más se producen en los propios niños son: placer, miedo, sentimiento de culpa, indiferencia, etc. Hay peor pronóstico cuando el niño no presenta ningún conflicto ético o cuando el ambiente en que está inmerso refuerza sus embustes. Aunque ya se ha visto que las fronteras entre mentiras no son diáfanas, de modo general cabe señalar que para alejar definitivamente al niño de la mendacidad se requiere el compromiso firme de su entorno familiar. La inmadurez infantil dificulta discernir nítidamente el bien del mal en todas las situaciones. Este escollo se torna insalvable si el ambiente del menor se muestra ambiguo o complaciente con el engaño. La familia asume un papel fundamental en la eliminación de las mentiras y resulta oportuno que nos detengamos a fijar las vías más apropiadas con que cuentan los padres para fomentar un clima de sinceridad:

1 Un aspecto clave es dar ejemplo. Se sabe, de hecho, que una de las sendas de aprendizaje infantil de la mentira es la imitación de los padres. En ocasiones, los progenitores, con tal de ahorrarse esfuerzos o situaciones incómodas, recurren a promesas que no piensan cumplir o a contestaciones que no se ajustan a la verdad.

2 Se han de analizar con el niño los motivos y repercusiones de las mentiras, al tiempo que se le muestra con claridad cuál es el comportamiento correcto.

3 Apostar por la confianza. Un ambiente de sospecha e inseguridad pone muchos tropiezos a la comunicación veraz y a la configuración de la personalidad integrada.

4 Evitar el autoritarismo. Si se detecta una mentira, en lugar de reaccionar desproporcionada, represiva y despóticamente, es preferible combinar sorpresa, firmeza y razón. En este marco es más fácil encauzar adecuadamente el comportamiento infantil hacia la veracidad.

El valor de la sinceridad

En la prevención o solución de la mendacidad hay que prestar atención a numerosos aspectos, pero muchos se condensan, según queda dicho, en el cuidado del ambiente. El clima familiar constituye la realidad envolvente primordial en la que el niño se desarrolla y que condiciona su modo de ser y su discurrir vital. La construcción de un ambiente de autenticidad, impulsado inicialmente por los padres, ofrece a los hijos sólidas referencias para la regulación positiva de su comportamiento y sus relaciones. Procede recordar que la verdad permite organizar y desplegar un saludable plan de vida familiar y personal. La sinceridad es un valor para la convivencia que requiere el esfuerzo y el compromiso de todos los miembros de la familia. Hasta en los momentos de mayor desánimo ha de prevalecer la idea de que la mentira oscurece y la verdad alumbra.

Autor: Valentín Martínez-Otero. Profesor y doctor en Psicología y en Pedagogía para Con mis hijos


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